Lhyr, procedente de un pequeño asentamiento militar al sur de Rialtor, comandado por su padre, de quien tomó ejemplo y disciplina, asentando esas bases como filosofía de vida. Lo cual le ayudó a sobrevivir al salvaje caos tras fallecer su familia en una escaramuza sangrienta, siendo el único superviviente.
Atraída por el humo y la desolación del lugar, Rin apareció por aquellos lares, encontrando al joven Lhyr, de quien cuidó como si fuese su propio hijo. Viajaron a través de los bosques, llanuras y mares, al tiempo que su fortaleza física y mental maduraban, siendo por mucho tiempo, la mano derecha de Rin, su protector y compañero de aventuras.
En la lejana región de Mión, ambos avanzaban preocupados tras un rastro que habían estado siguiendo desde las gélidas tierras de los Perfos, pertenecía a un grupo de vándalos a quienes Rin insistía en seguir. Estos hicieron noche al raso, protegidos por un túmulo de rocas, aprovecharon su confort para sobrepasarles, alcanzando a quien sería el verdadero objetivo de Rin. Mal herida y moribunda entre matorrales, hallaron a una soldado del Ejército Imperial, en su último aliento, Rin posó sus manos sobre su frente y abdomen, calmando su taquicárdica tartamudez, pudiendo entender entonces sus palabras.
- Protegedlo –dijo otorgando el raído escudo que portaba.
Lhyr se apresuró, lo asió, y en él leyó –Junkfar, escrito entre las muescas de las batallas soportadas. Una leve aura blanquecina rodeó el escudo, tornándose ante sus ojos como un reluciente y fornido escudo de paladín. Enseguida entendió que se trataba de un objeto extraño, y sin duda de gran valor. En cambio, y muy contrariado, observó que Rin no dio señales de asombro, y dejaba con suma delicadeza la cabeza inerte en el suelo, cerró los ojos, e iluminó sus manos, que a una distancia prudencial proyectaban un halo de cálida luz, que hizo que la vegetación circundante abrazara y acogiera el cuerpo de la mujer hasta hacerla desaparecer.
Continuaron su andadura, guiados por esa mágica sensatez que les llevó a recorrer cada rincón de Rahaylimu, añadiendo más almas a su peregrinación, hasta volver a tierras conocidas. Para entonces, Lhyr adquirió el título de “Khan” adoptándolo como nombre, quien merecedor de un leve reposo, fundó la aldea de Forn, y entrenó a todo aquel que, bajo las directrices de su difunto padre, quisiese servir para proteger a aquellos que viviesen entre los muros de lo que será el mayor centro mercantil al este de Rialtor, Forn.