—Dime Rin, ¿qué es lo que ocurre?
—Gracias por darte prisa, Antón, está volviendo a ocurrir, debes volver a abrir la grieta.
—¿Grieta? ¿Qué grieta?
—Como la de Fuigen. Está aquí mismo, ¡observa!
—¡Cierto! Aunque… esta es mucho más tenue.
—Sí, lo es. Pero presiento que esta vez va a ser muy importante poder abrirla.
—Está bien, ¡vamos allá!
Antón dio un paso al frente, encarando aquella leve y cuasi imperceptible fisura, extrajo levitando de su túnica la Esperalita, situándose ante sí, mientras que con sus manos gesticuló rotativamente, pronunciando un conjuro atípico de un mago elemental. Rin observaba sin mediar palabra, contemplando el aura purpura que se generaba envolviendo las manos de Antón y que al instante también lo hacía en la Esperalita, iluminándose intensamente y vibrando suspendida en el aire. Tras unos segundos el aura se transfirió hacia la fisura, volviéndola completamente visible y abriendo una especie de brecha en el aire, desde la que pudieron ver un paisaje totalmente desconocido para ellos. Rin se acercó a la brecha, sonriente, tendiendo la mano hacia su interior.
—Bienvenidos de nuevo, amigos —dijo ella al tiempo que alguien le agarraba la mano desde el otro lado.