Nuevo personaje para nuestra segunda entrega.
Aguerrido Jefe menor de Perfos, por todos los suyos admirado y posible siguiente líder de su raza, pues para ellos, los líderes son aclamados por batalla en grupo, eligiendo a sus mejores compañeros de armas y enfrentándose a quien ostenta el poder y sus más afines, con tal de demostrar quién es más fuerte y más inteligente, podría decirse que es su deporte favorito.
Desde pequeño, soñaba con poder sentarse ante los jóvenes, y mostrar sus cicatrices y tatuajes, explicar y ser admirado por todos, por sus logros. Hace tiempo ya que su pueblo vive en paz, y su única ocupación es la caza, caza cada vez mayor y peligrosa, y cada vez con menos herramientas en sus manos, pues su afán de superación y devoción por lo bélico le demanda más riesgo. Es así que su arma favorita son sus puños y no duda en darles un buen uso ante cualquier peligro que ose plantarle cara.
Ahora ya abandonada la juventud y bien entrado en la madurez sensata, siente que la vida de la que tanto hablan sus mayores, no es la que él está viviendo, sus cicatrices no son tan profundas, y sus tatuajes no explican gloriosas batallas, ve en sus más allegados, que aquello que le han enseñado, aquello que conoce pero no ha conocido, es y seguirá siendo, un recuerdo que sus ascendentes han implantado en su memoria.
Todo cambió, el día que sin previo aviso, un extraño ser, un ser energético, proveniente del norte del antiguo territorio Quida, se personó ante ellos, haciéndoles saber que un terrible mal había proclamado como suyo ese territorio Quida, y que pretendía proclamar como suyos todos y cada uno de los que existan sobre Rahaylimu, así como todas y cada una de las almas que en ellos habiten. Su cara se iluminó, una sonrisa brotó entre sus labios, y enseguida quiso saber dónde podría encontrar a aquel ser. El extraño, se apresuró a advertirle, que los de su propia raza habían sucumbido a sus exigencias, y que ahora luchaban por y para ese mal, pues no tenían otra opción que morir bajo su influencia.
—Prefiero morir luchando —aseguró Lotharn.
Dio la espalda a aquel indigno emisario, dejándole con la palabra en la boca, en este, se presentaba un semblante de tristeza, por no tener la oportunidad de disculpar a los suyos, y la esperanza echada en Perfos, pues quizás, estos pudiesen liberarles del yugo de aquel nuevo mal.
Lotharn, se apresuró a convocar el Consejo de Perfos, donde todos y cada uno de los líderes menores se reunían junto al líder para decidir cómo afrontar la posible nueva contienda. La presentó con dicha, pues ante él se había presentado aquello que más anhelaba, la posibilidad de demostrar su valía, de encontrar adversarios dignos que tuviesen el valor de hundir sus armas en su piel y después, cuando hubiese vuelto a casa con los suyos, narrar esas gloriosas batallas tatuándose la piel.
No fueron esas todas las sorpresas, pues antes de partir hacia la gloria, otros extraños visitantes se adentraron en sus tierras, portando nueva información y nuevas aventuras.
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